martes, 23 de mayo de 2017

Visita virtual a la exposición: The Picos de Europa, memoria fotográfica de un viaje en 1894.

Desde el pasado 5 de abril, tenemos la oportunidad de ver en la Sala de Exposiciones "Ángel de la Hoz", del Centro de Documentación de la Imagen del Santander (CDIS), la Exposición The Picos de Europa, memoria gráfica de un viaje en 1894, que estará abierta hasta el 18 de Junio. Se incluye a continuación una visita virtual a la misma.

Un alto en el camino a Tresviso  (Group on  Tresviso Path) 1894.

El origen de la exposición está en el hallazgo de un álbum que incorporé a mi colección, en principio anónimo, formado por 37 fotografías originales (realizadas por el procedimiento de gelatina de ennegrecimiento directo) de un viaje realizado a través del desfiladero de La Hermida, hasta Potes y Tresviso, y en el que también se incluían imágenes de Treceño, Panes, Arriondas, Llanes, San Vicente de la Barquera, Bilbao y Biarritz. Las fotos se han expuesto siguiendo el mismo orden que ocupaban en el álbum que muestra el viaje en sentido inverso, iniciando el recorrido en Potes y finalizando en Biarritz.

El álbum. Imagen de la cubierta.


El álbum abierto

El álbum, ventana vacía con sello de tinta en la que se indica la marca.

Las investigaciones realizadas por Araceli Cavada, comisaria de la exposición, y la acertada intuición de Elisa Villa, profesora de la Universidad de Oviedo, que sospechó que podía tratarse de Lewis Clapperton y nos remitió una copia del artículo publicado por él en la revista "Travel" en Junio de 1898, nos llevaron a confirmar el origen de las fotografías, dado que tres de las seis que ilustran el artículo, realizadas por su acompañante Cecil Ogilvie, estaban en el álbum.

Drinking from Bota
 
El 29 de septiembre de 1894, tres jóvenes escoceses se embarcaron en Liverpool, procedentes de Glasgow, rumbo al puerto de Santander, con la intención de adentrarse en una región poco conocida para los viajeros británicos "Los Picos de Europa".  El primero de ellos, Lewis Clapperton escribió un artículo titulado "The Picos de Europa" que fue publicado en la revista "Travel" en Junio de 1898, ilustrado con fotografías obtenidas durante el viaje por su compañero Cecil Ogilvie, del tercero de los viajeros no tenemos referencias al no hacerse mención a él en el artículo. Hace una década, llegó a mis manos este álbum conteniendo 37 fotografías. Ignoro a quién pudo pertenecer, y está claro que es sólo una selección de las fotos que hicieron, dado que algunas de las publicadas en el artículo no aparecen en el álbum, y también resulta extraño que no haya ninguna de Santander. El álbum se centra en la ruta de acercamiento a Picos de Europa y Potes a través del desfiladero de La Hermida, con subida posterior desde Urdón al aislado pueblo de Tresviso, y en su posterior regreso por Covadonga, Santander, desde allí a  Bilbao en barco de cabotaje, para seguir a San Sebastián, Biarritz y tomar el tren a París.

Resulta de gran interés el artículo publicado (y premiado) por la revista "Travel", tanto para conocer el detalle del itinerario seguido por los viajeros, como por los detalles que aportan sobre los lugares que visitan, desde su punto de vista de ingleses de clase alta que a finales del siglo XIX se internan en una comarca casi virgen y muy poco frecuentada por viajeros. Su prosa no exenta de británica ironía, es ligera y agradable de leer, y sabe condensar los detalles más interesantes del viaje en la brevedad del artículo, con el apoyo de las imágenes. Como herramienta y fuente de información para la preparación del viaje utilizaron el libro "The Highlands of Cantabria" de sus compatriotas Mars Roos y Stonehewer Cooper, que también anduvieron por estas tierras unos años antes, en 1885.

La exposición se inicia con un panel con un texto introductorio, y otro con una reproducción del artículo en la revista "Travel" , y la traducción al castellano realizada por Carmen Varela Torrecilla, que se incluye al final de este post.
 
 
 



 
 

 

 


 
 
 
 
La exposición permanecerá abierta hasta el 18 de Junio.
 
LOS PICOS DE EUROPA
Por Lewis Clapperton
Fotografías por Cecil Ogilvie

¿Qué son y donde están los Picos de Europa? Se preguntará el lector y, ciertamente, no tiene por qué hacerlo si nunca ha oído hablar de ellos, ya que, exceptuando Madrid, Burgos y las famosas ciudades del Sur, España continúa siendo muy poco conocida para los turistas. Los Picos de Europa son las cimas más altas de la cordillera cantábrica -cordillera a no confundir con los Pirineos- que corre a lo largo de la costa sur del golfo de Vizcaya desde el oeste de Santander hasta cerca de Coruña. En altura alcanzan los 11.000 pies (3.352,8 m.) y, al ser una formación caliza, presenta picos dentados y contornos rugosos de una grandiosidad raramente igualada. Cada uno de sus valles ha sido escenario de alguno de los feroces ataques con los que Pelayo y su tropa de patriotas, emergiendo desde la resistente Covadonga, detuvieron la victoriosa carrera de los Moros, y empezaron la guerra de guerrilla que terminó setecientos años más tarde, cuando los Sarracenos fueron finalmente vencidos y Granada, su último bastión en España, les fue arrebatado en 1492. Estando en el sur de España habíamos tenido vagas noticias, de los bellos paisajes de este rincón del país, pero fue difícil poder encontrar información fidedigna de él hasta que encontramos un interesante libro titulado “The Highlands of Cantabria” de Mars Ross y Stonehewer Cooper, al que referimos a cualquiera que desee información. Las descripciones gráficas del paisaje y de la gente que contenían sus páginas nos decidieron a visitar la región por nosotros mismos, por lo que, habiendo recogido del mismo una valiosa cantidad de información en cuanto a rutas y teniendo, con alguna dificultad, un pasaje asegurado en un buque cubano que se dirigía a Santander, navegamos desde Liverpool, un grupo de tres personas, el 29 de septiembre de 1894 y llegamos a Santander temprano el 2 de octubre después de un agradable viaje, mostrando el golfo de Vizcaya su cara mas amistosa. Santander es una agradable y bulliciosa ciudad, y se ha recobrado muy pronto de los efectos de la terrible explosión de noviembre de 1893, cuando murieron 623 personas y cerca de la totalidad de los edificios frente al mar fueron demolidos.
Desconociendo la lengua, fuera de las simples y pocas palabras tomadas de una gramática española durante una trivial quincena, no quisimos aventurarnos en el corazón del país sin un intérprete por lo que habíamos escrito a una compañía de Santander a quien conocíamos, explicando nuestros requerimientos y estuvimos encantados al encontrar a nuestra llegada que habían previsto para nosotros a un hombre que era capaz de actuar como sirviente e intérprete. Era un marinero maltés que había residido durante algunos años en Santander.¿Qué importa que su inglés fuera ocasionalmente flojo -a menudo fuerte y con sabor a mar- y que llevara sus efectos personales en un pañuelo de bolsillo rojo? José era un atento y servicial hombrecillo, muy divertido y justo lo que queríamos, ya que, sabiendo exactamente a donde deseábamos ir, no necesitábamos un servicio formal.
En Santander, con la ayuda de nuestros amigos obtuvimos permiso para visitar la fábrica de tabaco, la más importante del norte de España. Los variados procesos son bastante interesantes, pero nuestro apetito por el tabaco español no se ha incrementado viendo la manufactura, ya que la variedad y fuerza de los olores están más allá de la descripción.
Hay varios lugares bonitos para bañarse en la hermosa bahía de Santander que no dejamos de visitar pero nuestra meta eran los Picos y el río Deva, así que al día siguiente empezamos en el tren y después de un trayecto de una hora llegamos a Torrelavega, donde intentamos alcanzar el coche de línea de Santander a Oviedo, pero encontrando que podíamos alquilar un transporte que nos llevara al Deva por poco más que las tarifas combinadas de nosotros tres y José, así lo hicimos y nos fuimos gloriosamente en un carruaje tirado por dos pares de caballos (alrededor de una peseta por milla) hasta el pueblo de Unquera en el Deva, en route (de camino) pasamos por Santillana, el lugar de nacimiento de Gil Blas, y por Comillas un balneario a la moda entre la gente de Madrid. Alrededor de una milla después del puente de Unquera, el Deva desemboca en el Golfo de Vizcaya a través de una gran hendidura en el muro que forman los acantilados de la línea costera. Entre el puente y el mar, el río es una fina banda de agua navegable por pequeños botes, principalmente empleados para transportar la calamina y la blenda que abundan en los Picos. Al final del puente está la excelente posada del señor Velarde, cuyo único inglés consiste en “Plentyo’watter, yougoodhealth, chin, chin!” (Lleno d’agua, usted buena salud, chin, chin)que suelta en cuanto puede en medio de sus estridentes risas y de las de su mujer y sus hijas.
Desde Unquera caminamos, por el Deva hasta Potes, una distancia de unas sesenta millas (96,560 km), enviando cada día por coche nuestro equipaje y parándonos en diversos pueblos durante el camino. Durante alrededor de treinta millas (48,280 km) la carretera, que sobrevuela el río, pasa a través del desfiladero de Cillorigo, una garganta probablemente sin igual en Europa, donde el caminante mira hacia arriba y ve, a cada lado sobre él, los acantilados de dos o trescientos pies (60,96-91,44 m), un horizonte fantástico con una faz desnuda y rugosa convertida ahora en una masa audaz y aislada de roca que parece bloquear el camino. Durante millas, no se ve ni una sola casa; nada más que rocas y riscos, con muchas cascadas corriendo hacia el Deva, a mitad escondido por fantásticas masas de helechos. A menudo se pueden vislumbrar por encima de alguno de esos cursos de agua, más allá de los acantilados que sobrevuelan el río, las cumbres de los Picos brillando blancas al sol.
La excelente carretera hecha por el gobierno hacia 1868, sigue muy de cerca el río, ahora por un lado, luego por el otro cruzándolo con puentes de fina piedra, tanto se tuerce y tan cerca están los lados de la garganta que uno está constantemente rodeado por un círculo de rocas salvajes entre las que no es visible ninguna salida. En Hermida, Panes y Lebeña la garganta se ensancha un poco pero se dice que en el primer pueblo mencionado en medio del invierno sólo tienen una hora de sol directo cada día.
Nuestro progreso subiendo el valle no era muy rápido, ya que las claras y verdes aguas del río nos inducían a tratar de atrapar alguna de las muchas truchas que veíamos en las piscinas, pero debido al ya final de temporada y los brillos del sol, nuestro éxito era limitado. Pescar es un asunto de extrema dificultad con esas escarpadas laderas, pero aunque teníamos tantas ganas de pescar como para desperdiciar algunos lamentos sobre la insensible naturaleza de la trucha española, la grandeza del paisaje lo compensaba ampliamente.
Panes es un agradable pueblo situado en una hendidura del desfiladero y tiene buenas posadas. Desde el puente de hierro hay una vista preciosa del bonito pico de Peñamallera, cuya aislada posición lo convierte en uno de los más sorprendentes de los Picos.
Hermida tiene un balneario de aguas termales, pero este, junto con su principal posada estaba cerrado por la temporada. La posada en la que pasamos una noche fue la peor en la que estuvimos en todo el viaje. Pequeña y sucia, fue para nosotros un pequeño consuelo el recordar que nuestra visita fue una fuente de gran placer y provecho para bastantes especímenes de los “chamois de Mark Twain” (las chinches) las cuales, aparentemente por enjambres,han disfrutado enormemente del sabor de la sangre británica. Debe añadirse, sin embargo, en justicia para las posadas de la región, que esta fue la única experiencia de este tipo de incomodidad, aunque en cuanto a la falta de ciencia sanitaria se podría decir mucho. De hecho, la gente cuida de que nada salga mal con los desagües no teniendo ninguno. El arreglo general de la mayoría de las pequeñas posadas es característico. La planta baja es generalmente un bar o una tienda de pueblo y las habitaciones de huéspedes están en los pisos superiores abiertas hacia el comedor. Estas son, a menudo, simples armarios, a veces sin ni siquiera una ventana, pero generalmente limpísimas, la ropa de cama impecablemente blanca y preciosamente ornamentada con encaje hecho a mano. Encima de Lebeña, cuya pintoresca iglesia es muy interesante, acaba el desfiladero, el paisaje se vuelve más fértil y crecen muchas viñas, especialmente cerca de Potes, que es un estupendo ejemplo de vieja ciudad española. Muchas de las casas tienen artísticos escudos de armas esculpidos encima de puertas de roble claveteadas y hay un viejo castillo que una vez fue el asiento del duque de Osuna. En la calle principal, los pisos superiores de las casas sobresalen como en Chester formando el paseo preferido durante el calor del día. Las colinas cercanas están cubiertas en sus cimas por viñas y detrás está la magnífica y densa fila de picos brillando al sol.
Aquí pasamos dos o tres días trepando por los alrededores. Era el tiempo de la vendimia y todo el mundo andaba ocupado recogiendo los racimos de uvas, el vino local es bien conocido y apreciado en todo el norte de España. Por  invitación visitamos los viñedos y bodegas del doctor del pueblo y vimos el proceso de prensar las uvas a la antigua manera bíblica que, aunque no es el modo más limpio de extraer el jugo, produce excelentes resultados.
Desde Potes retrocedimos sobre nuestros pasos hasta la posada de Urdón al borde del camino, desde donde un sendero se desvía hacia Tresviso, un pueblo montañés de gran antigüedad a 6000 pies (1828,8 m) sobre el nivel del mar y 2000 (609,6 m) sobre Urdón. El sendero tiene unos ocho pies de anchura (2,43 m), bastante desprotegido sin valla o muro, zigzaguea por el acantilado en el más extraordinario de los sentidos y sólo es accesible a peatones y burros o mulas. En el camino se pueden ver tres puentes naturales todos arriba en los picos, nos dijeron que son bastante inaccesibles. Tresviso es famoso por un queso de muy mal olor y por una curiosa tela marrón, con la que se hacen los trajes de los hombres y que es prácticamente eterna. La iglesia contiene probablemente el más antiguo registro de nacimientos y muertes del mundo, datando del siglo noveno. Tresviso fue visitado por el rey Alfonso XII en 1882, cuando estaba cazando rebecos por los Picos, debemos decir, que no eran la clase de rebecos que vimos en la Hermida.
Según nos aconsejaron, desechamos nuestras botas para la subida a Tresviso e hicimos el ascenso en alpargatas, que es como se llama a los zapatos nativos. La suela es de cáñamo retorcido y la parte superior de lienzo. A nuestro parecer, no fue un éxito ya que, aunque procuran un buen agarre incluso en las rocas resbaladizas, no protegen los pies de las afiladas rocas que en muchas partes conforman el camino.
El tiempo era opresivamente cálido, y el sendero excesivamente escarpado así que no es de extrañar que, en el momento en que habíamos superado lo peor del mismo, nuestras almas anhelaran un refrigerio. Teníamos con nosotros una bota que habíamos comprado en Potes y que habíamos llenado esa mañana con el excelente vino de la región. Nuestros primeros ensayos para beber con ella no fueron muy exitosos, el líquido mostraba una decidida inclinación a caer fuera de nuestras gargantas en lugar de caer dentro, pero tras las objetivas lecciones de José y de dos hombres de Tresviso que encontramos en el camino quienes estuvieron dispuestos a enseñarnos el método correcto tan a menudo como deseábamos mientras hubiera vino, lo logramos bastante bien y pronto nos convertimos en expertos. Encontramos que es el método más delicioso de saciar la sed, y extremadamente refrescante.
El pueblo de Tresviso está situado en un pequeño hueco o recoveco en medio de los Picos, que se elevan por todos lados por encima de él. La vista desde arriba del alto terreno es magnífica, mostrando fila tras fila de rocosos picos. Las casas son de lo más pobre, siendo apenas posible para un hombre alto mantenerse erguido en ellas, incluida la casa del cura que es la más grande del pueblo.
Desde Panes, después de una estancia de varios días, iniciamos nuestro camino hacia Covadonga. La carretera se ramifica fuera del valle del Deva y sigue a su tributario el Cares, atravesando entonces la cuenca del Sella. Hicimos una muy encantadora pero, debido al gran calor, muy fatigante caminata de treinta y dos millas  (51,4 km) hasta Onis, desde donde, al día siguiente, nos encaminamos hacia Covadonga que se encuentra en la cabecera de un pequeño valle, un perfecto cul de sac (callejón sin salida) desmarcado del Sella. Allí visitamos la famosa cueva en la que Pelayo, el libertador de España, y su patriótica hueste de 300 seguidores fundaron un santuario hacia el 718 d. C. y desde el que iniciaron su ofensiva contra los moros.
Aquí se coronó a sí mismo Pelayo como rey de Asturias, León y Castilla, su corona se hizo con las puntas de lanza de los moros que había matado con sus propias manos. Pelayo está enterrado en este nunca conquistado lugar de España. Alrededor hay conventos y monasterios, está siendo construida una nueva catedral y la cueva misma está decorada con un altar gótico; de hecho, la iglesia ha ocupado todo el lugar. Miles de peregrinos visitan Covadonga cada año.
Desde Covadonga regresamos a Santander en coche de línea por la carretera costera de Ribadesella, Unquera y Llanes, un agradable pequeño puerto donde pasamos la noche. Ir en coche de línea en España es un curioso modo de viajar, suficientemente agradable cuando la carretera es buena. El coche de línea es un gran asunto, con una “berlina” en el frente, un “interior” detrás y asientos encima. Estos últimos son los más baratos y, siendo los más fríos, son los mejores en verano. El coche es conducido por cuatro u ocho caballos o mulas, y el conductor es asistido por un zagal, cuya tarea es bajarse en las subidas y tirar de los caballos con un palo. Antes de remontar a su sitio, recoge un sombrero de piedras que va lanzando a los caballos desde el asiento de conducción a medida que estos van trotando a lo largo del desnivel, y su deleite cuando ejecuta uno de estos pasos es inmenso.
Desde Santander fuimos en un barco de cabotaje a Bilbao y, desde allí a París por tren, visitando San Sebastián y Biarritz; pero esto no necesita formar parte de la visita a Picos. Probablemente la mejor manera de volver sería desde Vigo en un barco de línea  surafricano, pero de hecho, desde Gijón, Coruña y Santander hay muchos vapores que van con mineral a Gran Bretaña y no hay problemas para conseguir un pasaje a casa.
Aquí hallamos entonces un emplazamiento vacacional para hombres a quienes les guste alejarse de los caminos trillados. La gente es cortés, el paisaje magnífico, el clima excelente y el coste de la vida muy barato, una combinación que no siempre se encuentra en otros parajes vacacionales mejor conocidos.

Bridge on Cares

 
Llanes from Bridge


Bilbao from Bridge
 

Biarritz from Hotel

 
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