Desde el pasado 5 de abril, tenemos la oportunidad de ver en la Sala de Exposiciones "Ángel de la Hoz", del Centro de Documentación de la Imagen del Santander (CDIS), la Exposición The Picos de Europa, memoria gráfica de un viaje en 1894, que estará abierta hasta el 18 de Junio. Se incluye a continuación una visita virtual a la misma.
El origen de la exposición está en el hallazgo de un álbum que incorporé a mi colección, en principio anónimo, formado por 37 fotografías originales (realizadas por el procedimiento de gelatina de ennegrecimiento directo) de un viaje realizado a través del desfiladero de La Hermida, hasta Potes y Tresviso, y en el que también se incluían imágenes de Treceño, Panes, Arriondas, Llanes, San Vicente de la Barquera, Bilbao y Biarritz. Las fotos se han expuesto siguiendo el mismo orden que ocupaban en el álbum que muestra el viaje en sentido inverso, iniciando el recorrido en Potes y finalizando en Biarritz.
Las investigaciones realizadas por Araceli Cavada, comisaria de la exposición, y la acertada intuición de Elisa Villa, profesora de la Universidad de Oviedo, que sospechó que podía tratarse de Lewis Clapperton y nos remitió una copia del artículo publicado por él en la revista "Travel" en Junio de 1898, nos llevaron a confirmar el origen de las fotografías, dado que tres de las seis que ilustran el artículo, realizadas por su acompañante Cecil Ogilvie, estaban en el álbum.
El álbum. Imagen de la cubierta. |
El álbum abierto |
El álbum, ventana vacía con sello de tinta en la que se indica la marca. |
Las investigaciones realizadas por Araceli Cavada, comisaria de la exposición, y la acertada intuición de Elisa Villa, profesora de la Universidad de Oviedo, que sospechó que podía tratarse de Lewis Clapperton y nos remitió una copia del artículo publicado por él en la revista "Travel" en Junio de 1898, nos llevaron a confirmar el origen de las fotografías, dado que tres de las seis que ilustran el artículo, realizadas por su acompañante Cecil Ogilvie, estaban en el álbum.
Drinking from Bota |
El 29 de septiembre de 1894, tres jóvenes escoceses se embarcaron en
Liverpool, procedentes de Glasgow, rumbo al puerto de Santander, con la
intención de adentrarse en una región poco conocida para los viajeros
británicos "Los Picos de Europa". El primero de ellos, Lewis Clapperton
escribió un artículo titulado "The Picos de Europa" que fue publicado
en la revista "Travel" en Junio de 1898, ilustrado con fotografías
obtenidas durante el viaje por su compañero Cecil Ogilvie, del tercero de los viajeros no tenemos referencias al no hacerse mención a él en el artículo. Hace una
década, llegó a mis manos este álbum conteniendo 37 fotografías. Ignoro a
quién pudo pertenecer, y está claro que es sólo una selección de las
fotos que hicieron, dado que algunas de las publicadas en el
artículo no aparecen en el álbum, y también resulta extraño que no
haya ninguna de Santander. El álbum se centra en la ruta de
acercamiento a Picos de Europa y Potes a través del desfiladero de La Hermida, con subida posterior desde Urdón al aislado pueblo de Tresviso,
y en su posterior regreso por Covadonga, Santander, desde allí a Bilbao en barco de cabotaje, para seguir a San Sebastián, Biarritz y tomar el tren a París.
Resulta de gran interés el artículo publicado (y premiado) por la revista "Travel", tanto para conocer el detalle del itinerario seguido por los viajeros, como por los detalles que aportan sobre los lugares que visitan, desde su punto de vista de ingleses de clase alta que a finales del siglo XIX se internan en una comarca casi virgen y muy poco frecuentada por viajeros. Su prosa no exenta de británica ironía, es ligera y agradable de leer, y sabe condensar los detalles más interesantes del viaje en la brevedad del artículo, con el apoyo de las imágenes. Como herramienta y fuente de información para la preparación del viaje utilizaron el libro "The Highlands of Cantabria" de sus compatriotas Mars Roos y Stonehewer Cooper, que también anduvieron por estas tierras unos años antes, en 1885.
La exposición se inicia con un panel con un texto introductorio, y otro con una reproducción del artículo en la revista "Travel" , y la traducción al castellano realizada por Carmen Varela Torrecilla, que se incluye al final de este post.
La exposición permanecerá abierta hasta el 18 de Junio.
LOS
PICOS DE EUROPA
Por
Lewis Clapperton
Fotografías
por Cecil Ogilvie
¿Qué son y donde están los
Picos de Europa? Se preguntará el lector y, ciertamente, no tiene por qué
hacerlo si nunca ha oído hablar de ellos, ya que, exceptuando Madrid, Burgos y
las famosas ciudades del Sur, España continúa siendo muy poco conocida para los
turistas. Los Picos de Europa son las cimas más altas de la cordillera
cantábrica -cordillera a no confundir con los Pirineos- que corre a lo largo de
la costa sur del golfo de Vizcaya desde el oeste de Santander hasta cerca de
Coruña. En altura alcanzan los 11.000 pies (3.352,8 m.) y, al ser una formación
caliza, presenta picos dentados y contornos rugosos de una grandiosidad
raramente igualada. Cada uno de sus valles ha sido escenario de alguno de los
feroces ataques con los que Pelayo y su tropa de patriotas, emergiendo desde la
resistente Covadonga, detuvieron la victoriosa carrera de los Moros, y
empezaron la guerra de guerrilla que terminó setecientos años más tarde, cuando
los Sarracenos fueron finalmente vencidos y Granada, su último bastión en España,
les fue arrebatado en 1492. Estando en el sur de España habíamos tenido vagas
noticias, de los bellos paisajes de este rincón del país, pero fue difícil
poder encontrar información fidedigna de él hasta que encontramos un
interesante libro titulado “The Highlands of Cantabria” de Mars Ross y Stonehewer
Cooper, al que referimos a cualquiera que desee información. Las descripciones
gráficas del paisaje y de la gente que contenían sus páginas nos decidieron a
visitar la región por nosotros mismos, por lo que, habiendo recogido del mismo
una valiosa cantidad de información en cuanto a rutas y teniendo, con alguna
dificultad, un pasaje asegurado en un buque cubano que se dirigía a Santander,
navegamos desde Liverpool, un grupo de tres personas, el 29 de septiembre de 1894
y llegamos a Santander temprano el 2 de octubre después de un agradable viaje,
mostrando el golfo de Vizcaya su cara mas amistosa. Santander es una agradable
y bulliciosa ciudad, y se ha recobrado muy pronto de los efectos de la terrible
explosión de noviembre de 1893, cuando murieron 623 personas y cerca de la
totalidad de los edificios frente al mar fueron demolidos.
Desconociendo la lengua, fuera
de las simples y pocas palabras tomadas de una gramática española durante una
trivial quincena, no quisimos aventurarnos en el corazón del país sin un
intérprete por lo que habíamos escrito a una compañía de Santander a quien
conocíamos, explicando nuestros requerimientos y estuvimos encantados al
encontrar a nuestra llegada que habían previsto para nosotros a un hombre que
era capaz de actuar como sirviente e intérprete. Era un marinero maltés que
había residido durante algunos años en Santander.¿Qué importa que su inglés
fuera ocasionalmente flojo -a menudo fuerte y con sabor a mar- y que llevara
sus efectos personales en un pañuelo de bolsillo rojo? José era un atento y
servicial hombrecillo, muy divertido y justo lo que queríamos, ya que, sabiendo
exactamente a donde deseábamos ir, no necesitábamos un servicio formal.
En Santander, con la ayuda
de nuestros amigos obtuvimos permiso para visitar la fábrica de tabaco, la más
importante del norte de España. Los variados procesos son bastante
interesantes, pero nuestro apetito por el tabaco español no se ha incrementado
viendo la manufactura, ya que la variedad y fuerza de los olores están más allá
de la descripción.
Hay varios lugares bonitos para
bañarse en la hermosa bahía de Santander que no dejamos de visitar pero nuestra
meta eran los Picos y el río Deva, así que al día siguiente empezamos en el
tren y después de un trayecto de una hora llegamos a Torrelavega, donde
intentamos alcanzar el coche de línea de Santander a Oviedo, pero encontrando que
podíamos alquilar un transporte que nos llevara al Deva por poco más que las
tarifas combinadas de nosotros tres y José, así lo hicimos y nos fuimos gloriosamente
en un carruaje tirado por dos pares de caballos (alrededor de una peseta por
milla) hasta el pueblo de Unquera en el Deva, en route (de camino) pasamos por Santillana, el lugar de nacimiento
de Gil Blas, y por Comillas un balneario a la moda entre la gente de Madrid.
Alrededor de una milla después del puente de Unquera, el Deva desemboca en el
Golfo de Vizcaya a través de una gran hendidura en el muro que forman los
acantilados de la línea costera. Entre el puente y el mar, el río es una fina
banda de agua navegable por pequeños botes, principalmente empleados para
transportar la calamina y la blenda que abundan en los Picos. Al final del
puente está la excelente posada del señor Velarde, cuyo único inglés consiste
en “Plentyo’watter, yougoodhealth, chin,
chin!” (Lleno d’agua, usted buena salud, chin, chin)que suelta en cuanto
puede en medio de sus estridentes risas y de las de su mujer y sus hijas.
Desde Unquera caminamos, por
el Deva hasta Potes, una distancia de unas sesenta millas (96,560 km), enviando
cada día por coche nuestro equipaje y parándonos en diversos pueblos durante el
camino. Durante alrededor de treinta millas (48,280 km) la carretera, que
sobrevuela el río, pasa a través del desfiladero de Cillorigo, una garganta
probablemente sin igual en Europa, donde el caminante mira hacia arriba y ve, a
cada lado sobre él, los acantilados de dos o trescientos pies (60,96-91,44 m),
un horizonte fantástico con una faz desnuda y rugosa convertida ahora en una masa
audaz y aislada de roca que parece bloquear el camino. Durante millas, no se ve
ni una sola casa; nada más que rocas y riscos, con muchas cascadas corriendo
hacia el Deva, a mitad escondido por fantásticas masas de helechos. A menudo se
pueden vislumbrar por encima de alguno de esos cursos de agua, más allá de los
acantilados que sobrevuelan el río, las cumbres de los Picos brillando blancas
al sol.
La excelente carretera hecha
por el gobierno hacia 1868, sigue muy de cerca el río, ahora por un lado, luego
por el otro cruzándolo con puentes de fina piedra, tanto se tuerce y tan cerca
están los lados de la garganta que uno está constantemente rodeado por un círculo
de rocas salvajes entre las que no es visible ninguna salida. En Hermida, Panes
y Lebeña la garganta se ensancha un poco pero se dice que en el primer pueblo
mencionado en medio del invierno sólo tienen una hora de sol directo cada día.
Nuestro progreso subiendo el
valle no era muy rápido, ya que las claras y verdes aguas del río nos inducían
a tratar de atrapar alguna de las muchas truchas que veíamos en las piscinas,
pero debido al ya final de temporada y los brillos del sol, nuestro éxito era
limitado. Pescar es un asunto de extrema dificultad con esas escarpadas laderas,
pero aunque teníamos tantas ganas de pescar como para desperdiciar algunos
lamentos sobre la insensible naturaleza de la trucha española, la grandeza del
paisaje lo compensaba ampliamente.
Panes es un agradable pueblo
situado en una hendidura del desfiladero y tiene buenas posadas. Desde el
puente de hierro hay una vista preciosa del bonito pico de Peñamallera, cuya
aislada posición lo convierte en uno de los más sorprendentes de los Picos.
Hermida tiene un balneario
de aguas termales, pero este, junto con su principal posada estaba cerrado por
la temporada. La posada en la que pasamos una noche fue la peor en la que
estuvimos en todo el viaje. Pequeña y sucia, fue para nosotros un pequeño
consuelo el recordar que nuestra visita fue una fuente de gran placer y provecho
para bastantes especímenes de los “chamois de Mark Twain” (las chinches) las
cuales, aparentemente por enjambres,han disfrutado enormemente del sabor de la
sangre británica. Debe añadirse, sin embargo, en justicia para las posadas de
la región, que esta fue la única experiencia de este tipo de incomodidad,
aunque en cuanto a la falta de ciencia sanitaria se podría decir mucho. De
hecho, la gente cuida de que nada salga mal con los desagües no teniendo
ninguno. El arreglo general de la mayoría de las pequeñas posadas es
característico. La planta baja es generalmente un bar o una tienda de pueblo y
las habitaciones de huéspedes están en los pisos superiores abiertas hacia el
comedor. Estas son, a menudo, simples armarios, a veces sin ni siquiera una ventana,
pero generalmente limpísimas, la ropa de cama impecablemente blanca y
preciosamente ornamentada con encaje hecho a mano. Encima de Lebeña, cuya
pintoresca iglesia es muy interesante, acaba el desfiladero, el paisaje se
vuelve más fértil y crecen muchas viñas, especialmente cerca de Potes, que es
un estupendo ejemplo de vieja ciudad española. Muchas de las casas tienen
artísticos escudos de armas esculpidos encima de puertas de roble claveteadas y
hay un viejo castillo que una vez fue el asiento del duque de Osuna. En la
calle principal, los pisos superiores de las casas sobresalen como en Chester
formando el paseo preferido durante el calor del día. Las colinas cercanas
están cubiertas en sus cimas por viñas y detrás está la magnífica y densa fila
de picos brillando al sol.
Aquí pasamos dos o tres días
trepando por los alrededores. Era el tiempo de la vendimia y todo el mundo
andaba ocupado recogiendo los racimos de uvas, el vino local es bien conocido y
apreciado en todo el norte de España. Por
invitación visitamos los viñedos y bodegas del doctor del pueblo y vimos
el proceso de prensar las uvas a la antigua manera bíblica que, aunque no es el
modo más limpio de extraer el jugo, produce excelentes resultados.
Desde Potes retrocedimos
sobre nuestros pasos hasta la posada de Urdón al borde del camino, desde donde
un sendero se desvía hacia Tresviso, un pueblo montañés de gran antigüedad a
6000 pies (1828,8 m) sobre el nivel del mar y 2000 (609,6 m) sobre Urdón. El
sendero tiene unos ocho pies de anchura (2,43 m), bastante desprotegido sin
valla o muro, zigzaguea por el acantilado en el más extraordinario de los sentidos
y sólo es accesible a peatones y burros o mulas. En el camino se pueden ver
tres puentes naturales todos arriba en los picos, nos dijeron que son bastante
inaccesibles. Tresviso es famoso por un queso de muy mal olor y por una curiosa
tela marrón, con la que se hacen los trajes de los hombres y que es
prácticamente eterna. La iglesia contiene probablemente el más antiguo registro
de nacimientos y muertes del mundo, datando del siglo noveno. Tresviso fue
visitado por el rey Alfonso XII en 1882, cuando estaba cazando rebecos por los
Picos, debemos decir, que no eran la clase de rebecos que vimos en la Hermida.
Según nos aconsejaron,
desechamos nuestras botas para la subida a Tresviso e hicimos el ascenso en alpargatas, que es como se llama a los
zapatos nativos. La suela es de cáñamo retorcido y la parte superior de lienzo.
A nuestro parecer, no fue un éxito ya que, aunque procuran un buen agarre
incluso en las rocas resbaladizas, no protegen los pies de las afiladas rocas que
en muchas partes conforman el camino.
El tiempo era opresivamente
cálido, y el sendero excesivamente escarpado así que no es de extrañar que, en
el momento en que habíamos superado lo peor del mismo, nuestras almas anhelaran
un refrigerio. Teníamos con nosotros una bota que habíamos comprado en Potes y
que habíamos llenado esa mañana con el excelente vino de la región. Nuestros
primeros ensayos para beber con ella no fueron muy exitosos, el líquido mostraba
una decidida inclinación a caer fuera de nuestras gargantas en lugar de caer
dentro, pero tras las objetivas lecciones de José y de dos hombres de Tresviso
que encontramos en el camino quienes estuvieron dispuestos a enseñarnos el
método correcto tan a menudo como deseábamos mientras hubiera vino, lo logramos
bastante bien y pronto nos convertimos en expertos. Encontramos que es el
método más delicioso de saciar la sed, y extremadamente refrescante.
El pueblo de Tresviso está
situado en un pequeño hueco o recoveco en medio de los Picos, que se elevan por
todos lados por encima de él. La vista desde arriba del alto terreno es
magnífica, mostrando fila tras fila de rocosos picos. Las casas son de lo más
pobre, siendo apenas posible para un hombre alto mantenerse erguido en ellas,
incluida la casa del cura que es la más grande del pueblo.
Desde Panes, después de una
estancia de varios días, iniciamos nuestro camino hacia Covadonga. La carretera
se ramifica fuera del valle del Deva y sigue a su tributario el Cares,
atravesando entonces la cuenca del Sella. Hicimos una muy encantadora pero,
debido al gran calor, muy fatigante caminata de treinta y dos millas (51,4 km) hasta Onis, desde donde, al día
siguiente, nos encaminamos hacia Covadonga que se encuentra en la cabecera de un
pequeño valle, un perfecto cul de sac
(callejón sin salida) desmarcado del Sella. Allí visitamos la famosa cueva en
la que Pelayo, el libertador de España, y su patriótica hueste de 300 seguidores
fundaron un santuario hacia el 718 d. C. y desde el que iniciaron su ofensiva
contra los moros.
Aquí se coronó a sí mismo Pelayo
como rey de Asturias, León y Castilla, su corona se hizo con las puntas de
lanza de los moros que había matado con sus propias manos. Pelayo está
enterrado en este nunca conquistado lugar de España. Alrededor hay conventos y
monasterios, está siendo construida una nueva catedral y la cueva misma está
decorada con un altar gótico; de hecho, la iglesia ha ocupado todo el lugar.
Miles de peregrinos visitan Covadonga cada año.
Desde Covadonga regresamos a
Santander en coche de línea por la carretera costera de Ribadesella, Unquera y
Llanes, un agradable pequeño puerto donde pasamos la noche. Ir en coche de
línea en España es un curioso modo de viajar, suficientemente agradable cuando
la carretera es buena. El coche de línea es un gran asunto, con una “berlina”
en el frente, un “interior” detrás y asientos encima. Estos últimos son los más
baratos y, siendo los más fríos, son los mejores en verano. El coche es
conducido por cuatro u ocho caballos o mulas, y el conductor es asistido por un
zagal, cuya tarea es bajarse en las
subidas y tirar de los caballos con un palo. Antes de remontar a su sitio,
recoge un sombrero de piedras que va lanzando a los caballos desde el asiento de
conducción a medida que estos van trotando a lo largo del desnivel, y su
deleite cuando ejecuta uno de estos pasos es inmenso.
Desde Santander fuimos en un
barco de cabotaje a Bilbao y, desde allí a París por tren, visitando San Sebastián
y Biarritz; pero esto no necesita formar parte de la visita a Picos.
Probablemente la mejor manera de volver sería desde Vigo en un barco de línea surafricano, pero de hecho, desde Gijón,
Coruña y Santander hay muchos vapores que van con mineral a Gran Bretaña y no
hay problemas para conseguir un pasaje a casa.
Aquí hallamos entonces un
emplazamiento vacacional para hombres a quienes les guste alejarse de los
caminos trillados. La gente es cortés, el paisaje magnífico, el clima excelente
y el coste de la vida muy barato, una combinación que no siempre se encuentra
en otros parajes vacacionales mejor conocidos.
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